La Plaza Mayor de Lima evoca siglos de historia, donde el bullicio de transeúntes se mezcla con el eco de misas y procesiones. Bajo el altar mayor de su imponente catedral se oculta un laberinto de pasadizos y criptas, testigos mudos de la vida y la muerte en el Virreinato del Perú. Al descender unos metros, las capillas subterráneas guardan restos de arzobispos, virreyes e incluso del propio conquistador Francisco Pizarro. Ese encuentro con la memoria de la capital, entre hileras de osamentas y bóvedas de piedra, revela tanto la devoción como el ingenio arquitectónico de épocas pasadas.

Origen y evolución de la catedral

La primera piedra de la catedral se colocó el 18 de enero de 1535, apenas unas semanas después de que Francisco Pizarro fundara la ciudad de Lima, entonces llamada Ciudad de los Reyes. Aquella capilla inicial, modesta en tamaño, se alzó con cimientos de piedra rojiza traída de Lunahuaná y ladrillos cocidos en horno artesanal. A lo largo del siglo XVI pasó por varias fases de reconstrucción: la réplica de la pequeña iglesia fue ampliada bajo el mando del arzobispo Jerónimo de Loayza para dar cabida al creciente vecindario limeño.

En 1542, el Papa Paulo III creó la diócesis de Lima, elevando así la modesta capilla a categoría de catedral. Pizarro y su mayordomo Gregorio de Sotelo supervisaron la obra inicial, pero fuertes terremotos y disposiciones reales obligaron a sucesivas intervenciones. El templo actual, mezcla de estilos renacentista y neoclásico, surgió tras más de un siglo de consolidaciones, empleando piedra, madera y caña para asegurar flexibilidad en un territorio sísmico.

Redescubrimiento de las criptas bajo el altar mayor

Para la mayoría de los limeños, la mirada se detiene en el retablo dorado y la nave central; casi nadie imagina que, bajo sus pies, aguardan cámaras selladas desde el siglo XIX. El hallazgo de los restos de Francisco Pizarro fue accidental: limpiando la cripta principal, un equipo de restauradores dio con una caja de plomo y madera que albergaba huesos vinculados al conquistador. Eduardo Velázquez, guía de la catedral, recuerda que aquel descubrimiento reactivó el interés por revisar pasadizos olvidados.

Tras rigurosos estudios de arqueología y antropología forense, los expertos confirmaron la autenticidad de los huesos y de artefactos militares hallados junto al cráneo. A partir de septiembre de 2024, la zona de catacumbas quedó accesible al público general por primera vez, permitiendo apreciar un patrimonio oculto durante generaciones.

Qué se ve al descender

El recorrido inicia por unas escaleras bajo el altar mayor. Techos abovedados de medio punto sostienen bóvedas construidas con cal, canto y ladrillo. Pasillos angostos conducen a pequeñas cámaras sepulcrales, donde nichos y fosas guardan huesos dispuestos en orden geométrico.

Los visitantes pueden observar:

  • Cámaras de arzobispos y obispos, cuyos ataúdes de piedra y mármol conservan inscripciones con fechas de consagración y defunción.
  • Restos de virreyes y de la aristocracia colonial, reposando en fosas rectangulares protegidas por puertas de hierro forjado.
  • La tumba de Francisco Pizarro, con su cráneo, quijada y empuñadura de espada junto a su sarcófago original.
  • Cinco pozos de hasta diez metros de profundidad, diseñados como osarios antisísmicos para reforzar la catedral.

La atmósfera resulta solemne y sobrecogedora. Al traspasar el umbral de luz diurna a penumbra subterránea, el silencio solo se quiebra por el goteo de agua y las explicaciones del guía.

Restos de Francisco Pizarro

La presencia del conquistador aporta un valor narrativo único. Con su cráneo rodeado de leyendas metálicas en la empuñadura de la espada, sigue siendo objeto de estudios forenses. Los análisis de laboratorio determinaron su peso aproximado y la datación por carbono 14, datos que ahora se exhiben en una vitrina informativa.

La cripta original sirvió de enterramiento privado hasta la independencia de 1821, cuando cada virrey o prelado ordenaba que su caja de plomo se depositara junto al altar, como signo de cercanía a la divinidad.

Sepulcros de arzobispos y virreyes

Bajo la catedral yacen también magnates de la Iglesia y del Estado virreinal. Destacan los arzobispos Bartolomé de las Casas y Antonio de la Calzada, cuyos nichos de mármol llevan grabados escudos familiares. Sobre cada sepultura, pequeñas gotas de humedad caen del techo, creando diminutos charcos que, iluminados por la linterna del guía, parecen danzar en silencio.

Datos prácticos para la visita

Las catacumbas pueden recorrerse solo en grupos guiados de hasta 30 personas, con una duración de 45 a 60 minutos. La boletería se adquiere en el atrio de la catedral y los precios oscilan entre 10 y 30 soles, según edad y nacionalidad.

Recomendaciones:

  • Calzado cómodo: escalones empinados y pasillos irregulares exigen suelas firmes.
  • Ropa de manga larga: la temperatura subterránea ronda los 18 °C.
  • Prohibición de fotografías: busca preservar el entorno y los restos.
  • Reserva previa en la página oficial de la catedral para asegurar lugar, especialmente fines de semana.

Comparación con otras catacumbas del centro histórico

CatacumbaUbicaciónCuerpos principalesDescubrimiento y aperturaAcceso público
Catedral de LimaBajo el altar mayor de la Plaza MayorArzobispos, virreyes, restos de PizarroHallazgo fortuito en los años setenta; abierta a turistas en 2024Visitas guiadas diarias
Convento de San FranciscoPlazuela San FranciscoMás de 25 000 personas (siglos XVI–XIX)Excavaciones en 1947; público desde 1950Recorridos guiados diarios

Se especula la existencia de pasadizos sellados que conectarían la catedral con el Palacio de Gobierno y la estación Desamparados, pero se mantienen clausurados por seguridad y regulaciones patrimoniales.

Voces que recorren el silencio

“Bajar a las catacumbas fue sentir que el tiempo se detiene”, relata Marta, historiadora de arte que presenció el cráneo de Pizarro. “Ese instante en que la linterna revela hileras de fémures te recuerda la fragilidad de la existencia”.

El guía Eduardo Velázquez añade que estos espacios fortalecen el valor patrimonial de Lima: “No es solo un atractivo turístico. Cada hueso relata fe, poder y sociedad colonial; rescatarlo significa reivindicar la memoria”.

La importancia de conservar el legado subterráneo

Terremotos, expansión urbana y cambios en el uso de suelo amenazan estos vestigios. El Ministerio de Cultura supervisa las obras de consolidación para respetar la técnica original de cal y canto y la flexibilidad de la madera y la caña. Mantener abiertas las criptas nutre el turismo cultural y refuerza la identidad limeña. Con cada visitante que desciende, revive un fragmento del pasado y se renueva el compromiso de custodia.